lunes, marzo 10, 2008


Un hombre aburrido de la rutina que decidió tomar un crucero por el mundo, en busca del lugar que solo imaginaba existía en él, cada puerto donde atracaba se paraba en la proa del barco y miraba hacia la cuidad que visitaba, en varias de ellas sabía que no valía la pena poner un pie en tierra. Pero tenia la esperanza de llegar al edén, pero no el de la Biblia.

Después de la cena el gran pitazo avisaba un nuevo atraco, el hombre sin mucha esperanza se dirige a la proa, por una pequeña escalera que rechina como una locomotora vieja, al asomar la cabeza, se encontró con un mar tranquilo que reflejaba las estrellas y la luna, escapo una sonrisa sorpresiva mientras avanzaba por la planicie principal del barco, hasta que llegó a la amplia baranda que era la única conexión con aquella cuidad de mar hermoso.

Apurado por bajar se dirigió rápidamente a su camarote en busca de algunas monedas y una chaqueta por si el cálido clima cambiara de repente, el puente a tierra se deslizó mientras el agente de turismo daba indicaciones sobre la cuidad, no le interesó nada de lo que decía, mientras esperaba se detuvo a mirar, lo diferente que se veían las luces, que parecían pequeñas luciérnagas multicolores, iluminación que seducía a recorrer calles y plazas, que sonreían coquetamente.

Al pararse por primera vez en aquel puerto, que no se parecía a ninguno de la veintena que había visitado antes, entonces camino por una senda que cada cinco metros se plantaba un poste de concreto y se coronaban con una luz amarillenta, cada paso que daba lo acercaban a un gran arco al parecer de metal, la curiosidad aumentaba su nerviosismo por cruzar aquella estructura. Se encontraba bajo ese tremendo animal que efectivamente era de metal y se confabuló con la oscuridad de la noche, para no develar lo que ofrecía, este pequeño puerto.

Al cruzar este arco que daba un atisbo de modernidad, vio una pequeña plaza que poseía una gran locomotora antigua, se acerco y la observó, se imaginó por cuantos caminos habrá recorrido éste animal de metal antes de estancar su descanso eterno en ese lugar. Miró a su alrededor y vio numerosa vegetación, que parecía casi el Caribe, con enormes palmeras que danzaban con el viento, y un aroma a mar que no había sentido en ningún otro lugar.

Pronto emprendió el camino que lo llevaría a descubrir éste lugar que parecía ser maravilloso, a poco andar encontró una calle no muy ancha, muy iluminada, con la presencia de pocas almas que vagaban sin destino, por una momento el descubridor pensó si habría llegado a un pueblo fantasma, pero no le tomó mayor importancia . Las calles se veían bastante tranquilas y un sin número de boliches, llamaron la atención del visitante, pensó en tomar algo, no sabia que, y donde, de pronto llegó a una esquina y miró hacia donde seguir su camino, su sentido lo hizo caminar por una calle menos iluminada, caminó varias cuadras, observándolo todo, queriendo retener en su memoria aquel lugar que no tenia nada de particular, pero que tenía algo, no sabia que podía ser.

De pronto vio un letrero luminoso verde, que estaba a medio prender, al parecer era un restaurat, pero quiso averiguarlo, al pararse bajo el letrero, observó la fachada de una antiquísima casa, que tenía una puerta al mas puro viejo oeste, dentro se podía escuchar una canción triste que el marinero no conocía, se animo a cruzar la puerta, un chirrido anunció su entrada y los señores presente dirigieron la mirada hacia el visitante, se sintió extraño al sentir que lo miraban con tan incomoda curiosidad, dirigió sus pasos hacia la barra donde lo esperaba un hombre de avanzada edad, con grandes ojos y de baja estatura, con cara amable, pero triste. Se sentó en un rincón esperando que llegara el cantinero, mientras observaba aquel lugar añejo, con fotos desteñidas, un televisor a medio color sin sonido que mostraba el noticiario, el reducido espacio envolvía perfectamente con el humo del cigarrillo y las tonadas de una vieja canción, de repente el señor de la cara amable pronunció algo que le fue imposible entender al marinero, lo miro con cara extraña y no supo que contestar, se miraron unos segundos a los ojos, y de repente el marino dice: ¡ Quiero un café! El señor con sus grandes ojos le dice no vendo café, el marino espera unos segundos y piensa en por qué nunca puso atención a las clases de español en el colegio, el visitante insiste y por segunda vez el señor con una cara ya no tan amable le dice que no tiene café, en este segundo intento el marinero si le pudo comprender y triste mira hacia su alrededor y se da cuenta que no le interesa si es un café o un vaso de agua, pero lo que le interesa es quedarse en aquel pequeño lugar, donde el tiempo pareciera estar detenido, suspiro hondo y tomó la decisión de marcharse, pero antes de que se levantara del viejo banco de cuero en el que estaba sentado, el cantinero dice algo que nuevamente no entiende, pero una seña con la mano le da a entender que espere.

Se quedó sentado mirando a los 5 señores que animadamente conversaban y con un alto volumen, también bebían… y mucho. Después de unos minutos regresó el cantinero con un enorme tazón azul con agua hirviendo y unos sobres de color negro y una cuchara, las dejo sobre el mezón y le regalo una sonrisa, el marinero sorprendido se la devolvió.

Mientras tomaba entre sus manos aquel café improvisado de bar, observaba cuanto imaginó este lugar, un espacio donde el tiempo no es tiempo y la luz es la misma de siempre; las caras son la misma y los sonidos seducen nuevamente, como en un ciclo sin fin, una vez terminado su café puso un billete sobre la mesa y llamo al cantinero con su dedo, el señor de ojos grandes dice: ¡La casa invita!, el marinero inclina la cabeza en un gesto de agradecimiento, cruza lentamente entre la mesas y los 5 señores se despiden calidamente con un sonrisa.

El marinero nuevamente parado bajo el letrero verde, mira su reloj y se dio cuenta que ya es hora de volver al barco que lo espera, mientras camina piensa en el nombre de ese señor de mirada amable, en que hacían esos 5 señores aparte de estar en ese bar, en por que el cantinero le había preparado un café. Llegó a la plaza donde estaba ese animal de metal lo miró por última vez, pero algo raro le pasaba, la nostalgia bailaba en sus sentimientos y era extraño por que en ningún otro puerto le había sucedido esto, pero se pregunta que era y parecía ciego al no encontrar la respuesta.

Siguió caminado y se encontró de frente con el barco que lo esperaba a partir, giró un poco su cabeza y por sobre su hombro vio las pequeñas luciérnagas de aquella ciudad que le susurraba secretos al oído, atravesó el puente que lo conectaba a tierra, se paró a mirar quizás por última vez aquellas pequeñas luces que le sonreían, de repente se le acerca alguien y no sabe quien es, pero esta voz le pregunta si se siente bien y el marinero le contesta que no, en ese preciso momento supo que había encontrado el edén y que sería la última vez que lo vería, pero pensó en aquel café y supo que nunca en su vida había probado un café con sabor a historia y paz. Corrió, llegó a su camarote y sacó la mayor cantidad de ropa que pudo la hecho en un bolso a medio doblar, y corrió por el pasillo, se preparaba el zarpe del lujoso buque que lo había alojado por varios meses, corrió a la proa, vio que el puente aún no era retirado y como alma que se la lleva el diablo bajo, sin siquiera mirar hacia tras.

Desde ahí que este marinero que ya no es marinero, hace 10 años, después del trabajo, toma un café con Anselmo, el señor amable de ojo grandes, que ahora si pueden conversar y se cuentan las historias mas increíbles de cantinas y crucero.